Aunque Costello se vista de country (o de bluegrass o de lo que la venga en gana). Costello se queda. Las vist como las vista, las canciones de este veterano e inspiradísimo compositor son tan formidables que siempre funcionan. Más aún cuando quien las canta es él mismo, intérprete también de sobradísima solvencia, de inmenso carisma, que a sus 56 años y después de una larga y fructifera carrera casi intactas todas sus muchas y muy notables cualidades.
La novedad del concierto de anoche era precisamente esa, que Costello venía flanqueado por su nueva banda, The Sugarcanes, en la que no hay guitarras eléctricas ni batería, sino mandolina, violín, dobro, bajo de palo, guitarras acústicas y acordeón.
Seguramente echará en falta el veterano seguidor del londinense la fogosidad y la energía de esos formidables Attractions con los que Costello grabó sus mejores discos y con quienes ha protagonizado, incluso en tiempos recientes, actuaciones soberbias. Sin embargo, poco hay que objetar al concierto de anoche en Madrid.
Desde la primera canción, que Elvis atacó sin siquiera saludar, entrando en tromba y a galope limpio con una espléndida versión del clásico "Mystery Train," quedaron las cosas claras. El nuevo formato con el que se presenta no significa en absoluto que flojeen las fuerzas, y lo cierto es que durante toda la velada, las guitarras del exquisito Jim Lauderdale y el propio Costello, y, sobre todo, el violín del arrollador Stuart Duncan no dejaron de echar chispas.
Faltaron, claro, muchos clásicos (Elvis Costello tiene un cancionero casi infinito), pero el repertorio seleccionado funcionó a la perfección.
|